Lo suyo ha costado, pero por fin parece haberse interiorizado que la carbonara admite sólo cinco ingredientes: pasta, yemas de huevo, guanciale, queso pecorino y pimienta negra. Tampoco es que Lacio (zona de origen de esta receta) haya hecho de la versión primigenia una causa política, pero como sociedad representa poco menos que un acto de concordia universal. Como pronto, permite dar por superadas versiones infames y dedicar cada 6 de abril a celebrar la carbonara con fervor.

Si de algo habla la frase italiana «mangiare per vivere e non vivere per mangiare” (comer para vivir, no vivir para comer), es de la importancia de saber vivir. En una interpretación más libre, también podría entenderse que hay recetas que se preparan con ingredientes y otras, con recuerdos. Algunas incluso con historia propia. Y luego está la Carbonara Dodici: un plato nacido del encuentro, del diálogo y del amor compartido por la cocina auténtica.

No surgió de un recetario ni de una idea aislada. Su origen se encuentra en una mesa larga, en el corazón de Fellina Chamberí, donde doce personas -amigos, clientes fieles, gastrónomos, amantes de la cocina italiana; todas muy distintas entre sí, pero unidas por una misma pasión- fueron convocadas con un propósito único: dar vida a una carbonara con alma.

Doce comensales, doce sensibilidades, doce maneras de entender el sabor. Frente a ellos, una cata preparada con mimo por el chef. Cada versión de carbonara servida no era solo una propuesta gastronómica, sino una conversación en forma de plato. Entre cucharadas y opiniones, risas y debates, fue tomando forma una receta que no pretendía ser la mejor, sino la más significativa.

Cada uno aportó algo que no aparece en los libros de cocina: un recuerdo de infancia, una emoción, una idea. El chef cocinó versiones, sí, pero fueron esas personas —con su humanidad y su memoria— quienes dieron forma a la receta definitiva. Así nació la Carbonara Dodici, fruto de la escucha, del respeto y del valor de lo colectivo.

Esta carbonara se reivindica como una interpretación más del clásico romano, sino como un homenaje a la experiencia colectiva. Cada ingrediente, cada textura, cada matiz guarda en sí mismo un pedacito de esa tarde compartida. Un recuerdo convertido en sabor.

Desde entonces, forma parte de Fellina Arturo Soria, un espacio que no busca replicar, sino evolucionar. Con una propuesta más contemporánea, una estética que rinde tributo a Federico Fellini y una cocina que apuesta por innovar dentro de la tradición, este nuevo restaurante se ha convertido en el escenario perfecto para una receta como esta: íntima, elegante, inolvidable.