Andrés Sánchez Magro

La muerte del cocinero de origen Navarro Benjamín Urdiain ha sido reconocida por todo el mundo de la gastronomía, que ha sentido la pérdida de un personaje central para la gastronomía del Siglo XX español.

Como ya todo el mundo sabe, la cocina de Zalacaín logró por primera vez en España el reconocimiento de la triple Estrella Michelín. La excelencia de aquella casa fundada por Jesus María Oyarbide y su mujer Consuelo Aparategui, adquirió unos niveles de excelencia verdaderamente inauditos
en la España de los 70, que todavía vivía apagada a una cocina clasicona, de guisotes y asados.

La delicadeza de Urdiain en la interpretación de los platos, gracias a la destreza y los conocimientos que había adquirido durante los años de aprendizaje del País Vasco francés ( en la que llamaban “ Manolo”), Las Landas y el propio París, deslumbraron a una ciudad que se rindió a la leyenda Zalacaín. No había nadie que quisiera ser gente en la capital, que no quisiera tener mesa en un restaurante que, por su calidad en sala, bodega, y por supuesto cocina, tenía ese nivel de magnificencia.

Pero Benjamín era ese talento discreto. Muy buena gente, para los que hemos tenido la fortuna de conocerle, tímido y poco amigo de
considerarse a si mismo un personaje. Nada que ver esa figura discreta y genial, con la mayoría de cocineros contemporáneos, tan pendientes de
los focos. Porque Benjamín era reconocido en todo el mundo por su magisterio sin necesidad de salir en ningún sitio ni periódico. Seguramente
esa imponente figura silenciosa corresponda a un momento de brillantez que nada tenga que ver con lo presente. Tal vez sintamos tanto su
desaparición porque simboliza el fin de una época. Gracias, Benjamín.